Sed

Cuando la gente habla por hablar, ni siquiera finjo estar escuchando.

–¿En qué estás pensando? –pregunta mi madre.

–En José.

–¿Por qué lo llamas así?

–Ya lo sabes

Siempre supe que me condenarían a muerte. La ventaja de esta certeza es que pude centrar mi atención en lo que la merece: los detalles

Todos probaban el nuevo vino con la mirada que se espera en las ceremonias religiosas. Reprimí unas ganas colosales de reír. Así que mi padre había considerado adecuado que descubriera aquel poder en un momento en que faltaba el vino. ¡Menudo humor! ¿Y cómo desaprobarlo? ¿Acaso existe algo más importante que el vino? Llevaba el tiempo suficiente siendo hombre para saber que la alegría no mana de una fuente y que el mejor de los vinos suele ser el único medio de encontrarla.

¿Siento la tentación? Sí. Cuando era más joven, disfrutaba siendo el elegido. Ahora ya no tengo esa ansia, la he colmado. Preferiría recuperar la dulzura del anonimato, eso que erróneamente llamamos banalidad

el futuro, un poeta cuyo nombre desconozco dirá: «Todo el placer de los días está en sus amaneceres.» Opino lo mismo. Me gusta la mañana. A esa hora del día hay una fuerza inexorable. Aunque en la víspera haya ocurrido lo peor, existe una pureza matinal.

Mi madre también es mucho mejor que yo. El mal le es ajeno, hasta el extremo de que no lo reconoce cuando se cruza con él. Envidio esa ignorancia. El mal no me es ajeno. Para poder identificarlo en los demás, era indispensable tenerlo dentro de mí.

Al despertar, la ilusión se confirmaba. Había perdido mis referencias hasta tal punto que nuestro catre era forzosamente la orilla en la que habíamos embarrancado y en la que nos asombrábamos de seguir con vida. ¡Qué gratitud despertarse en una playa después de haberse amado!

Gracias a ella supe que dormir era un acto de amor. Cuando dormíamos así, nuestras almas se fundían aún más que al hacer el amor. Era una lenta desaparición que nos arrastraba a los dos. Cuando por fin caía rendido, tenía la exquisita sensación de un naufragio.

también tengo miedo a sufrir. Buscamos desencarnarnos para garantizarnos una salida de emergencia. Yo mañana no tendré ninguna.

Si fuéramos conscientes, elegiríamos no vivir.
Eso no impide que mi elección fuera la peor de todas. De modo que la mía fue la mayor de las inconsciencias. Menos mal que no ocurre lo mismo con el amor. Es lo que sabes cuando estás enamorado: que uno no elige. Los seres con un ego demasiado grande no se enamoran porque no soportan no ser ellos los que eligen. Se prendan de una persona que han seleccionado previamente: eso no es amor.