Ocurrió un día que parecía igual a los otros. 2027 salió de los servicios, se detuvo en mitad de la sala y recitó con su voz neutra: hace varias menstruaciones que no tengo menstruaciones. Estoy embarazada.
Uno, dos, tres meses. Desde entonces, resulta muy fácil calcular el paso del tiempo. Cuatro meses, cinco, seis. El momento cada vez más cerca. 2027 acostada en la cama y delirando siempre con la misma extraña pesadilla. Sueña que lo que crece en su interior no es un bebé, sino un anciano diminuto que murió hace muchos siglos. Nosotros intentamos calmarla. Acariciamos ese vientre que se va hinchando poco a poco, en un ritmo secreto que sólo nuestro cuerpo conoce. Allá dentro, arrugada y vulnerable, toma forma lentamente la semilla de nuestros sueños. Seis meses, siete. Ese niño con la mente aún virgen que precisamente por eso sería el único capaz de sobrevivir al otro lado. Suponiendo que algún día tengamos el valor suficiente para dejarlo marchar