mensión temporal de la diferencia entre “salvajes” y “civilizados”: “De la edad de piedra a la revolución industrial, [Jemmy] viajó miles de años hacia el futuro”. No deja de resultar sugerente que para los rostros grabados de los fueguinos la cámara utilice el mismo close-up extremo que para los de las personas que aparecen a lo largo del film, entre los que hay un hombre y dos mujeres kawéskar, un antropólogo, un historiador, un poeta, una artista, y también un grupo de sobrevivientes del centro de detención de la isla Dawson. El rostro, índice de humanidad, (71) tiende un puente entre Jemmy y los chilenos contemporáneos, y cuando estos últimos hablan, de algún modo, también lo hacen por él.
El guion de El botón de nácar es del propio director, cuya voz se escucha en off. Si bien no podemos analizarlo aquí en profundidad, cabe notar, por una parte y en relación con el tema que nos interesa, la recuperación de la versión oficial del viaje del Beagle en forma de frases muy sintéticas con sentido irónico: “Al capitán, que tenía ideas humanistas, se le ocurrió llevar cuatro de ellos [fueguinos] con el fin de civilizarlos”; por otra parte, en lo que hace a la estructura general, se destaca la intervención de diferentes voces que escanden el hilo de la narración, y que actualiza los eventos pasados como materia de reflexión sobre el lado oscuro de la identidad chilena. “Los dos botones cuentan la misma historia”, dice Guzmán: “una historia de exterminio”, de la cual el agua conserva el recuerdo.