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Jordi Nomen

El niño filósofo

  • Armando El Guatequecompartió una citael año pasado
    por­que en la fra­gi­li­dad com­par­ti­da sue­le resi­dir ese eco de fi­nitud que her­ma­na a to­dos los se­res hu­ma­nos. Edu­car debe con­te­ner la pro­puesta de un pro­gra­ma para con­st­ruir un mun­do me­jor, para com­pren­der­lo y, so­bre todo, para amar­lo.
  • Armando El Guatequecompartió una citael año pasado
    Nuest­ros ni­ños de­be­rán con­st­ruir el futu­ro y sa­l­var el pa­sa­do del ol­vi­do. Por eso me pa­re­ce bá­si­co tra­ba­jar con ellos la li­ber­tad res­pon­sa­ble, la justi­cia, la em­pa­tía, la com­pa­sión, la paz. Está cla­ro que ten­drán que sa­ber ser críti­cos, autó­no­mos y crea­ti­vos, pero tam­bién de­be­rán me­jo­rar esta de­mo­cra­cia de­ca­den­te que ame­na­za con de­rri­bar a la hu­ma­ni­dad. Es ne­ce­sa­rio que apren­dan a ha­blar y es­cri­bir bien, a de­fen­der sus ideas con pa­sión, pero so­bre todo con ra­zón. Pero tam­bién es ne­ce­sa­rio que apren­dan a ser ho­nestos, ín­te­gros, y a com­pro­me­ter­se con la con­st­ruc­ción de un mun­do me­jor. Me­jo­rar­se y me­jo­rar lo que hay a su al­re­de­dor, cre­cer como per­so­nas res­pe­tuo­sas y, al tiem­po, in­tran­si­gen­tes con quie­nes quie­ran dest­ruir lo que la hu­ma­ni­dad ha con­st­rui­do para de­fen­der la dig­ni­dad que todo ser hu­ma­no tie­ne por el he­cho de ser­lo. No po­de­mos edu­car­los para que se adap­ten sim­ple­men­te a un mun­do que ha le­ga­li­za­do el su­fri­mien­to de tan­tos mi­llo­nes de per­so­nas. La edu­ca­ción debe ser de­nun­cia de la desi­gual­dad y la injusti­cia. De­ben es­cu­char su pro­pia voz críti­ca que pro­vie­ne de la re­fle­xión y la voz de los de­más que pro­vie­ne del diá­lo­go.
  • Armando El Guatequecompartió una citael año pasado
    pero tam­bién de­be­rán me­jo­rar esta de­mo­cra­cia de­ca­den­te que ame­na­za con de­rri­bar a la hu­ma­ni­dad.
  • Armando El Guatequecompartió una citael año pasado
    Nos pa­sa­mos la vida ido­la­tran­do lo que ven­drá a sa­tis­fa­cer­nos, sin dar­nos cuen­ta de que la sa­tis­fac­ción com­ple­ta y to­tal no es más que un sue­ño sin fon­do, des­lizan­te, dese­qui­li­bra­do. El deseo no nos deja des­can­sar y, ade­más, se nut­re de la ra­bia que siem­pre lo acom­pa­ña y de la frust­ra­ción que pa­sea de­trás, a po­cos pa­sos. La ple­nitud es dama aris­ca que va siem­pre un­gi­da de acei­tes re­lu­cien­tes y res­ba­la­dizos. Quizás el se­cre­to de su se­duc­ción esté en que apa­re­ce cuan­do no la bus­ca­mos, en los gestos ín­ti­mos y ín­fi­mos que pa­san desa­per­ci­bi­dos a las mi­ra­das ce­ga­das por los fue­gos ar­ti­fi­cia­les. La ple­nitud es lu­ciér­na­ga mo­desta, que apa­re­ce en la os­cu­ri­dad y desa­pa­re­ce en la luz que en­cen­de­mos ¡para ver­la me­jor! ¡Y ya sa­be­mos que los ni­ños se afa­nan por ver y ju­gar con una lu­ciér­na­ga!
  • Armando El Guatequecompartió una citael año pasado
    Un an­ciano de una tri­bu esta­ba te­nien­do una char­la so­bre la vida con sus nie­tos. Les dijo:
    —Una gran pe­lea está ocu­rrien­do en mi in­te­rior y es en­tre dos lo­bos. Uno de los lo­bos re­pre­sen­ta la mal­dad, el te­mor, la ira, la en­vi­dia, el do­lor, el ren­cor, la ava­ri­cia, la arro­gan­cia, la cul­pa, el re­sen­ti­mien­to, la in­fe­rio­ri­dad, la men­ti­ra, el or­gu­llo, la com­pe­ten­cia, la su­pe­rio­ri­dad y la ego­la­tría. El otro, la bon­dad, la ale­g­ría, la paz, el amor, la es­pe­ran­za, la se­re­ni­dad, la hu­mil­dad, la dul­zu­ra, la ge­ne­ro­si­dad, la be­nevo­len­cia, la amistad, la em­pa­tía, la ver­dad, la com­pa­sión y la fe. Esta mis­ma pe­lea está ocu­rrien­do den­tro de uste­des y den­tro de to­dos los se­res de la Tie­rra.
    Se lo pen­sa­ron un buen rato has­ta que uno de los ni­ños le pre­gun­tó a su abue­lo:
    —Abue­lo, dime... ¿Cuál de los lo­bos ga­na­rá?
    Y el an­ciano siux res­pon­dió sim­ple­men­te:
    —¡El que tú ali­men­tes!

    El lobo que tú alimentes ganará la batalla.

  • Armando El Guatequecompartió una citael año pasado
    La fi­lo­so­fía no es inútil, no es un lujo in­ne­ce­sa­rio, sino la voz cal­ma­da que en­sa­n­cha el mun­do y ge­ne­ra ciu­da­da­nos que sa­ben pen­sar por sí mis­mos; no súb­ditos ser­vi­les y do­mi­na­bles.
  • Armando El Guatequecompartió una citael año pasado
    No se tra­ta, pues, de lle­gar a la fe­li­ci­dad para que­dar­se, sino de sa­ber cómo ver­la allí don­de siem­pre se en­cuen­tra, acu­rru­ca­da en lo que ha­ce­mos, en in­stan­tes de ale­g­ría.
  • Armando El Guatequecompartió una citael año pasado
    En cam­bio, si pen­sa­mos que se tra­ta de mo­men­tos y es­pa­cios de fe­cun­di­dad, en los que el pro­pio yo desa­pa­re­ce por­que lo ab­sor­be la em­pre­sa a la que se de­di­ca, lle­ga­mos a dis­frutar de un pai­sa­je de fe­li­ci­dad, que de­be­rá ser en tiem­po pre­sen­te para no caer en la año­ran­za o la vana es­pe­ran­za.
  • Armando El Guatequecompartió una citael año pasado
    acuer­do con lo que de­ci­da. Y li­ber­tad para sen­tir y ex­pe­ri­men­tar, raí­ces de la ver­da­de­ra ale­g­ría, esta sí, con­cre­ta y al­can­za­ble.
  • Armando El Guatequecompartió una citael año pasado
    Lu­ci­dez, pues, para po­der ele­gir con li­ber­tad, para vivir de
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