Así que, por un lado, reconocemos que hasta la autodisciplina más férrea, por sí misma, no nos hará más santos; más bien, puede hacernos más parecidos a los fariseos. El crecimiento en la santidad es un regalo de Dios (vea Juan 17:17; 1 Tesalonicenses 5:23; Hebreos 2:11). Por otro lado, eso no significa que no tenemos que hacer nada para procurar la santidad, más que vivir la vida que queremos hasta que, y a menos que, Dios decida hacernos santos. Lo que tenemos que hacer es disciplinarnos a nosotros mismos con el fin de alcanzar la piedad, ejercitando las Disciplinas Espirituales que Dios nos dio como el medio para recibir su gracia y crecer en la semejanza a Cristo.