Eugenia Grandet

En cualquier situación, las mujeres tienen más motivos de sufrimiento que los hombres y padecen más que ellos.

Por la mañana, siguiendo su costumbre tanto para la fiesta onomástica como para el aniversario, el señor Grandet, había ido a sorprender a su hija antes que se levantase y le había ofrecido su regalo paternal, consistente, desde hacía trece años, en una curiosa moneda de oro

era una verdadera cocina de avaro en que no hay desperdicios.

“¿Qué le dan los Grandet a Nanón, para tenerla tan adicta? Al fuego se echaría por ellos.”

Pero Dios reconoce a sus ángeles por la inflexión de sus voces y de sus misteriosos lamentos.

Para una muchacha del campo que en su juventud no había recogido más que insultos y desprecios, para una infeliz aceptada por caridad, la risa equívoca del tío Grandet era un verdadero rayó de sol.

Por lo demás, Nanón formaba parte de la familia; reía cuando reía Grandet; con él se entristecía, con él trabajaba, con él sentía el frío y el calor.

La necesidad tornó tan avara a la pobre muchacha que Grandet acabó por quererla como a un perro, y Nanón se dejó poner un collar erizado de puntas, cuyos pinchazos ya no la molestaban.

defendía, como perro fiel, los intereses de su dueño al que, llena de una confianza

sin límites, obedecía en sus fantasías más extravagantes.

se encontraba aún en la edad en que el corazón puede estremecerse.