Germán Espinosa

La tejedora de coronas

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Un viaje por la historia del siglo XVIII desde una Cartagena marcada por la Inquisición y a través de una mujer. Además de lúcida y subyugante, La tejedora de coronas, centrada en el personaje de Genoveva Alcocer, es un viaje a través de un lenguaje magnífico y pleno de sorpresas, vigor y sugerencias, que al guiar al lector por un pasaje de la historia de Cartagena y su presencia en el siglo XVIII, lo ubica entre las coordenadas que han integrado la mentalidad, el espíritu y la realidad del hombre actual. A partir de una gestación primitiva, el mar y sus bestias legendarias, Espinosa recrea un período en el cual saber, anticipar y crear constituían peligro; y corre estadios en donde la astrología, las matemáticas, los mitos imperantes en el viejo y nuevo mundo, la intolerancia y la guerra, se planteaban como aventuras de envergadura y riesgo iguales. Asistimos al desmoronamiento de una época dominada por la superstición, cuando la crueldad y los afanes de poder engullen el nervio de los pueblos, pero también la afirmación, la inteligencia, la intuición y proyección de los pensadores, inventores, revolucionarios y disidentes; esos cultores del espíritu que ejercerán notable influencia sobre las generaciones posteriores. Con su erudita y apasionada visión de Cartagena y de esa época, su fervor por temas históricos y magistral empleo del lenguaje, una certera claridad del pasado y del porvenir más allá del porvenir, el novelista predice que el lastre de violencia, inquisición, horror, ignorancia y brutalidad no será permanente. A la larga, la imaginación y la creatividad serán más fuertes que los engranajes de los señores de la guerra y la estupidez. El espíritu y la inteligencia ganarán la batalla de la oscuridad.
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675 páginas impresas
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Citas

  • b7290150166compartió una citael año pasado
    se dijo cuan ridícula es la vida, y cuan ridícula será mi muerte, se dijo muchas cosas que dejaron muy mal parados al cielo y a la tierra, porque la proximidad de la muerte es peor que la muerte misma, ello claro refiriéndonos a la propia, que la de otros puede ser a veces más dolorosa, no sé cuál de tantas lo fue más para mí, pero una hubo, ah, sí, aquella muerte que nunca pude discernir si me concernía o no en forma directa,
  • b7290150166compartió una citael año pasado
    pero volví a pensar en lo inútil que resultaba conceptuar el destino del hombre como el producto diamantino de su voluntad, pues estaba allí la guerra, hermana milenaria de la peste, capaz de sacudirlo como el terremoto la corteza de la tierra, poco podían ante ella las mejores voluntades, desgonzadas como un pelele ante su dictamen implacable, al diablo con el destino humano, ramificación de posibilidades inciertas y nefastas, y así se navegaban los mares, así se sufrían los climas, así se perseguían los mirajes del viento y del sol, así se odiaba, así se amaba, todo para terminar haciendo el nido final en la tumba, eso era el hombre, un ser a imagen y semejanza de un Creador sin imagen ni semejanza, el fruto de cuya vida ni siquiera aprovecharía como manjar a criaturas superiores, sino que iría a pudrirse en boquerones húmedos, por él mismo cavados, cuánta idiotez el mundo bello, irisado de ambiciones y congojas, qué sueño de sombras, qué luchar para subsistir y subsistir para poder luchar, y todo para bien o mal morir, en una irónica petición de principio, en un maloliente círculo vicioso contra el cual se estrellaban filosofías, escuelas, ciencias, modas, astrologías, porque era insuperable su idiotez, y mucha la ominosa limitación de nuestras fantasías hipnotizadas por el señuelo de la sabiduría como animal que iniciara el sueño de la razón en momentos de ser condúcelo al matadero, así que para qué el hilo frágil de la razón, por qué no mejor el instinto ciego del bruto, que conoce y acepta resignadamente el universo, sin preocuparse por el término irreparable de su tránsito infecundo, y debí llorar, no sé si sobre el hombro de Jean Trencavel o sobre la almohada vacía de la alcoba de María Rosa, pero si fue en Cartagena supongo que era ya la primera vez que no pensé en las promesas de mi religión, por cuya fe me di tantos golpes de pecho en los templos, ante los altares guarnecidos de paños bordados, en que no pensé en el cielo prometido sino que se me antojó, por instantes, esta vida terrenal el solo bien apetecible, don más hermoso cuanto más veloz fuera su paso de gaviota confundida con el viento, frente a cualquier avance torpe y lento de pelícanos, de nubes de pelícanos con las que ahora empecé a soñar, nubes de chillones becardones que o
  • b7290150166compartió una citael año pasado
    una nación que poco o nada tuvo nunca que ver con la historia universal de las ideas, que despreció desde sus orígenes la reflexión filosófica, cuyo arte se ha recreado girando en torno a la muerte y a la fe,

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