Cerrado en 1825 el ciclo independentista de principios del siglo xix, la conciencia ‘‘nacional’’ hispanoamericana, que buscaba la unidad del subcontinente, perdió vigor y consistencia, aunque nunca desapareció totalmente. Eso explica que tras el fracaso del proyecto integrador del congreso de Panamá (1826) y de su famélica prolongación en Tacubaya (México), donde los delegados se reunieron por última vez el 9 de octubre de 1828, las ideas de unidad hispanoamericana solo fueron retomadas ocasionalmente a lo largo del siglo xix. Así como lo hicieron después de la muerte de Bolívar, aunque solo a escala regional, los generales Andrés de Santa Cruz, al crear la fugaz Confederación Peruano-Bolivariana, y Francisco Morazán, tratando de impedir la desarticulación de las Provincias Unidas del Centro de América o cuando un grave peligro amenazaba la soberanía e independencia de los países de América Latina. Por otra parte, tales intentos no lograron concretarse debido al predominio de heterogéneas fuerzas centrífugas (internas y externas) y las dificultades entonces insalvables derivadas de las utópicas aspiraciones de querer imponer grandes unidades estatales sobre estructuras socioeconómicas precapitalistas, incapaces de proporcionar las bases objetivas para una sólida unidad hispanoamericana.