No debía ser así

—¿Tan insoportable como tú?

—No, pero al menos podemos ser insoportables juntos

Lamento arruinar esto para ti, pero la adultez es solo un ciclo interminable de quehaceres, obligaciones, buscar en internet cómo arreglar cosas y gastar dinero en cosas que odias. Como esponjas y detergente para platos.

por eso por lo que he pasado todo el fin de semana obsesionada con mi presentación de PowerPoint: «Alrededor del Mundo en una Noche Mágica».

—¿Cómo vamos a explicarle esto a nuestros nietos?

—Vaya. ¿Ya vamos a tener nietos? Ni siquiera hablamos sobre tener hijos todavía

Ubiqué las piezas en su lugar cuando saltaste sobre mí en el tejado, y me hablaste sobre mi hermana y cargar con el peso de mis padres y yo simplemente... No se lo había contado a nadie antes.

—¿Por qué no me dijiste nada? —pregunto—. ¿Por qué no me dijiste que también te había pasado a ti?

—Podría preguntarte lo mismo.

—Creí que pensarías que había perdido la cabeza —digo, y lo miro de reojo.

—Los dos la hemos perdido, es evidente. Y te veías tan enfadada cuando nos despertamos en el gimnasio... Pensé que de ninguna manera sería igual para ti.

—¿Bailas conmigo?

—Tengo miedo de que me dejes caer —le digo.

Una sonrisa se dibuja en sus labios.

—Touché. No hacemos saltos extravagantes esta vez. Te lo prometo.

—¡No! Por el amor de Dios, Char. Deja de ser tan testaruda por un segundo y escúchame.

Cruzo los brazos sobre mi pecho.

—Te escucho.

—Eres la única persona a la que siempre quise llevar al baile. La única. —Me mira fijo.

—¿Desde cuándo?

—Desde el primer día de colegio.

—¿Cómo voy a creer eso?

Se pasa las manos por el pelo y la luz fluorescente del techo proyecta un resplandor blanco sobre su rostro.

—Primer semestre de primer año. Te pedía un lápiz a diario como excusa para hablar contigo.

Entrecierro los ojos y parpadeo lento.

—¿Hiciste eso solo para hablar conmigo?

—¿Crees que perdí todos los lápices que me diste? —se burla, y me aparta para abrir su casillero. Mete la mano en el fondo y saca un manojo de mis lápices que están atados con una goma elástica.

—Quiero que seas feliz.

Parpadeo tres veces y me inclino más para asegurarme de que he oído bien. Luego, continúa.

—En la limusina me preguntaste por qué no puedo dejarte ser feliz. Pero todo lo que siempre quise es que seas feliz.

—Solo asumí que lo sabías —dice. Por alguna razón, siempre pensé que los adultos tomaban decisiones con un propósito, que siempre sabían lo que hacían, pero tal vez son como los adolescentes, dan vueltas sin rumbo, sin estar seguros de si lo que han hecho está bien.