Tal vez nunca sentiste que pertenecieras, o tal vez sólo lo dices para gustarle más a la huérfana solitaria.
―Entonces ¿sí te gusto?
Rodé los ojos.
―Sí, cuando no quiero apuñalarte.
―Es un comienzo.
―No, no es así.
Se giró hacia mí. A la media luz, sus ojos avellana lucían como esquirlas de ámbar.
―Soy un corsario, Alina ―dijo tranquilamente―. Tomaré lo que pueda.
Repentinamente, fui consciente del hombro que descansaba contra el mío, la presión de su muslo. El aire se sentía cálido y olía dulce con la esencia del verano y la leña.
―Quiero besarte ―me dijo.
―Ya me besaste ―repliqué con una risa nerviosa.
Una sonrisa tiró de sus labios.
―Quiero besarte de nuevo ―corrigió.