Ortodoxia

Sería mucho más acertado decir que alguien está condenado al fracaso porque cree en sí mismo.

Sin duda el escepticismo habría entrado antes en bancarrota de no haber sido por la tibia aplicación de unas leyes de blasfemia indefendibles o por la absurda pretensión de que la Inglaterra moderna es cristiana.

Se puede, si se quiere, liberar a un tigre de sus barrotes, pero no de las rayas de su pelaje.

La razón es, en sí misma, cuestión de fe, pues afirmar que nuestros pensamientos guardan relación con la realidad no deja de ser un acto de fe.

Sin embargo, en mi opinión, una de esas necesidades es precisamente la creencia en la verdad objetiva.

Parecen niños necios a los que no les resulta paradójico que alguien les diga que una puerta no es una puerta.

No es que no vean su base filosófica, sino que ni siquiera ven sus causas históricas.

Es curioso que muchos modernos, tanto místicos como escépticos, hayan adoptado como emblema cierto símbolo oriental que representa a la perfección ese nihilismo absoluto.

La misma locura aqueja por igual a quien se niega a dar crédito a sus sentidos y a quien se niega a dar crédito a nada que no sean sus sentidos, aunque la prueba de ello no sea un error en sus argumentaciones sino lo manifiestamente equivocado de sus vidas.

Puede decirse que la doctrina de la necesidad no supone ningún cambio y que deja el látigo en la mano del verdugo y la exhortación bondadosa en los labios del amigo piadoso, pero es evidente que, puestos a abolir algo, abole la exhortación bondadosa.