El viejo Merrivale, ese astuto y gárrulo pedazo de humanidad que suele pasarse las horas con los pies apoyados sobre su escritorio del ministerio de Guerra, ha empezado a gruñir de nuevo a fin de que alguien escriba el relato de los crímenes de Plague Court. Su función, según se cree, es la de que le glorifiquen un poco. En la actualidad no es grande su gloria. Su departamento ha cesado de llamarse el Servicio de Contraespionaje para convertirse sencillamente en el M. I. D., y sus ocupaciones son menos peligrosas que las de los fotógrafos que suelen retratar el monumento del almirante Nelson
