En su anterior libro: De Oxímoron (2006) analizaba: cuando el joven anciano, que la esfinge atesora, contempla desde la atalaya de las ardientes dunas del último invierno, la conjura del universo en el nombre del olvido de nuestros dones, las dudas y las deudas enterradas por la fragilidad de la memoria y el signo sagrado de toda divinidad humana: la magnánima imperfección.
Mientras en la actual entrega, donde confluyen filosofía y poesía (cómo no entender la una sin la otra en términos generales) el autor colige de la arista vital de la(-s) realidad(-es) su perfil(-es) invertebrado(-s), el que defiende la paradoja, la ironía y el acto creador de origen sacro.
Es un argumento que viene a colación de la ficcionalidad contemporánea, indigna y obsoleta, para exponer las bases de una ética y estética, anárquicas en sus fondos, que dejen entrever un limpio lienzo únicamente salpicado por la merecida obra de arte que es la gran paradoja.
Una orla de crisantemos será la historia de la humanidad si olvidamos la huella ardorosa de la que prende la paradoja, ley física de niveles semánticos irreductibles; si no abatimos a las ironías faltas de talento vivificador y si además le cerramos las alas a la POESÍA.
