Sarah J.Maas

Una corte de rosas y espinas

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  • Alison Reynosocompartió una citahace 6 años
    «Quédate con él, te va a mantener segura y las cosas van a mejorar».
  • 𝔉𝔩𝔬𝔯 𝔈𝔩𝔢𝔫𝔞compartió una citahace 3 años
    Mejor morir con la frente en alto que llorando como un gusano cobarde.

    Amén, hermana

  • Liss ☆compartió una citael año pasado
    La comida no está encantada, no tiene drogas y es culpa tuya si te desmayas. Así que vas a sentarte a esa mesa, Feyre, y vas a comer.
  • Vanessacompartió una citahace 2 años
    Solo a última hora de la tarde oí la voz profunda de Tamlin y la risa de Lucien, parecida a un rebuzno, ecos que atravesaron el pasillo y llegaron a mi estudio de pintura
  • Alison Reynosocompartió una citahace 6 años
    cuando la miran, cuando la reconocen, es cuando se vuelve real.
  • Alison Reynosocompartió una citahace 6 años
    le vendría bien que alguien le plantara cara si tenía el coraje de hacerlo,
  • Alison Reynosocompartió una citahace 6 años
    Como una estúpida, di un paso hacia el inmortal,
  • Alison Reynosocompartió una citahace 6 años
    «No os separéis y cuida de ellos».
  • Lilen Altamiranocompartió una citahace 13 días
    El lobo salió disparado desde los arbustos como un rayo gris, blanco y negro, los colmillos amarillos brillando bajo la luz. Era todavía más grande así, al descubierto, una maravilla de músculos y velocidad y fuerza bruta. La cierva no tenía ninguna oportunidad.

    Disparé la flecha de fresno antes de que él la destrozara demasiado. El proyectil se le hundió en el flanco, y habría jurado que el suelo mismo vibró con ella. Él ladró de dolor y soltó el cuello de la cierva mientras la sangre se derramaba sobre la nieve, de un brillante rojo rubí. Se volvió hacia mí, los ojos amarillos muy abiertos, el pelo erizado.

    El gruñido grave me reverberó en el pozo vacío del estómago mientras me ponía de pie y volvía a levantar el arco; la nieve me caía del cuerpo convertida ahora en lluvia.

    Pero el lobo solo me miró, el hocico manchado de sangre, la flecha de fresno clavada profundamente en el flanco. La nieve empezó a caer de nuevo. Él miraba y miraba, con una suerte de conciencia y de sorpresa que me hicieron disparar la segunda flecha. Por si acaso, por si acaso esa inteligencia era del tipo inmortal, malvado.

    No trató de esquivar la flecha cuando le atravesó limpiamente el ojo amarillo muy abierto.

    Se derrumbó en el suelo.

    El color y la oscuridad se arremolinaron, me taparon la visión, se mezclaron con la nieve.

    Las patas del lobo se retorcían y un gemido grave se deslizó en el viento. Imposible…, tendría que haber estado muerto, no muriéndose. La flecha le había atravesado el ojo casi hasta las plumas de ganso.

    Lobo o inmortal, no tenía importancia. No con esa flecha de fresno clavada en el costado. Estaría muerto muy pronto. Sin embargo, me temblaban las manos mientras me sacudía la nieve y me acercaba a él, pero no del todo. La sangre salía a borbotones de las heridas que le había hecho; la nieve se manchaba cada vez más de color púrpura.

    Movió las patas despacio, la respiración cada vez más leve. ¿Le dolía enormemente o ese gemido era un intento para alejar de sí a la muerte? Yo no estaba segura de querer saberlo.

    La nieve se arremolinó a nuestro alrededor. Fijé los ojos en el lobo hasta que ese pecho de carbón y obsidiana y marfil dejó de subir y bajar. Lobo…, en definitiva un lobo a pesar del tamaño.
  • Lilen Altamiranocompartió una citahace 13 días
    El lobo salió disparado desde los arbustos como un rayo gris, blanco y negro, los colmillos amarillos brillando bajo la luz. Era todavía más grande así, al descubierto, una maravilla de músculos y velocidad y fuerza bruta. La cierva no tenía ninguna oportunidad.

    Disparé la flecha de fresno antes de que él la destrozara demasiado. El proyectil se le hundió en el flanco, y habría jurado que el suelo mismo vibró con ella. Él ladró de dolor y soltó el cuello de la cierva mientras la sangre se derramaba sobre la nieve, de un brillante rojo rubí. Se volvió hacia mí, los ojos amarillos muy abiertos, el pelo erizado.

    El gruñido grave me reverberó en el pozo vacío del estómago mientras me ponía de pie y volvía a levantar el arco; la nieve me caía del cuerpo convertida ahora en lluvia.

    Pero el lobo solo me miró, el hocico manchado de sangre, la flecha de fresno clavada profundamente en el flanco. La nieve empezó a caer de nuevo. Él miraba y miraba, con una suerte de conciencia y de sorpresa que me hicieron disparar la segunda flecha. Por si acaso, por si acaso esa inteligencia era del tipo inmortal, malvado.

    No trató de esquivar la flecha cuando le atravesó limpiamente el ojo amarillo muy abierto.

    Se derrumbó en el suelo.

    El color y la oscuridad se arremolinaron, me taparon la visión, se mezclaron con la nieve.

    Las patas del lobo se retorcían y un gemido grave se deslizó en el viento. Imposible…, tendría que haber estado muerto, no muriéndose. La flecha le había atravesado el ojo casi hasta las plumas de ganso.

    Lobo o inmortal, no tenía importancia. No con esa flecha de fresno clavada en el costado. Estaría muerto muy pronto. Sin embargo, me temblaban las manos mientras me sacudía la nieve y me acercaba a él, pero no del todo. La sangre salía a borbotones de las heridas que le había hecho; la nieve se manchaba cada vez más de color púrpura.

    Movió las patas despacio, la respiración cada vez más leve. ¿Le dolía enormemente o ese gemido era un intento para alejar de sí a la muerte? Yo no estaba segura de querer saberlo.

    La nieve se arremolinó a nuestro alrededor. Fijé los ojos en el lobo hasta que ese pecho de carbón y obsidiana y marfil dejó de subir y bajar. Lobo…, en definitiva un lobo a pesar del tamaño.
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