Tener miedo es bueno —siguió diciendo, tranquilo—. Empieza a entender que el gran orden que tiene en mente, y contra el que nada tengo que objetar, créame, no debe producirse entre estas paredes.
—¿Dónde, pues?
No reconocía su propia voz, febril y ávida.
—Aquí. Llámelo como prefiera, la mente, la cabeza, el corazón, el entendimiento, la conciencia, los recuerdos… Hay muchas otras palabras. A mi modo de ver, todas insuficientes. Pero eso no importa.