Enrique Jardiel poncela

Poesía completa

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La obra de Enrique Jardiel Poncela (1901–1952) consta de noventa y cuatro comedias largas, más de cuarenta piezas de teatro breve, veintitrés guiones cinematográficos, cuatro novelas grandes, treinta y nueve novelas cortas, diez tomos de ensayo, veinticinco conferencias, varias recopilaciones de piezas cortas, críticas teatrales, cartas, libros de aforismos, y una cantidad difícilmente computable de artículos periodísticos. Sin embargo, sus versos no se han recogido hasta el momento en ninguna colección, pese a que Jardiel fue un hábil versificador, como lo demuestran algunas de sus comedias escritas en verso. Jardiel continúa de alguna manera en la tradición española del verso humorístico, que arranca con el Arcipreste de Hita, halla su cumbre en Quevedo y llega hasta Vital Aza y Juan Pérez Zúñiga. Su aportación es la adaptación a la modernidad y la experimentación con formas métricas poco usuales. Los versos que conforman este volumen gozan de una inusitada variedad, alternándose el soneto con la cuaderna vía, el romance con el verso libre más vanguardista, la silva con la copla popular y los heptasílabos con los dodecasílabos, tan poco frecuentes en castellano. Los poemas que integran esta obra provienen de cuatro fuentes principales: sus «Obras completas»; los publicados en diversas revistas humorísticas («Buen Humor, Gutiérrez», etc.), durante los años veinte y treinta; algunas composiciones interpoladas en sus obras teatrales y los versos totalmente inéditos de la colección personal de sus herederos.
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95 páginas impresas
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Opiniones

  • Mauricio Sbacompartió su opiniónhace 2 años
    👍Me gustó
    🎯Justo en el blanco
    🌴Perfecto para la playa
    🚀Adictivo
    😄Divertido

Citas

  • Mauricio Sbacompartió una citahace 2 años
    ANTE EL TRIBUNAL DE DIOS
    Del limbo se escapan corriendo mis perros

    y llegan jadeantes ante el Tribunal

    y con voz humana, aunque algo animal,

    dicen, señalándome con la misma pata:

    «Oye, Dios: la gente que a éste delata

    dirá lo que quiera, pero ambos decimos

    que, por obra suya, los dos subsistimos;

    que él nos dio comida, cariño y hogar,

    que él nos curó siempre que nos vio enfermar

    y con un cuidado tan extraordinario

    que nunca llamaba al veterinario…

    Todo eso hizo este hombre, y nosotros dos,

    que pasamos años viviendo en su casa,

    juramos que es bueno, ¡ya lo sabe Dios!»

    Hay un gran silencio. La emoción me abrasa

    ante la sentencia, próxima e incierta.

    Pero Dios no duda. Hace abrir la puerta

    del Cielo y resuelve: «Lo han dicho ellos: pasa».
  • Mauricio Sbacompartió una citahace 2 años
    A SOLAS EN EL TREN
    Marca el reloj las ocho menos veinte

    y te veo alejarte lentamente

    por la pista de asfalto del andén,

    y veo disolverse entre la gente

    tu cabellera ardiente,

    cuyo sabor conozco ya tan bien.

    Melancólicamente,

    como quien pierde todo de repente

    al perderte de vista, subo al tren

    y, para no pensar que estás ausente

    me encierro en él, dispuesto ansiosamente

    a dormirme acunado en su vaivén.

    Pero no he hallado el sueño apetecido

    porque al cerrar los ojos he advertido,

    como una luz que brota de una llama,

    el brillo de los tuyos encendidos

    en la tiniebla azul del coche-cama.

    Y ya en toda la noche,

    en la profunda soledad del coche,

    te he sentido a mi lado sin estar,

    y junto a mí, en la almohada,

    tu cabeza adorable ha estado echada

    sin poderla besar.

    Este tenerte al lado y no tenerte

    es el símbolo amargo con que choca

    mi ilusión de quererte,

    mi ansia loca

    de volver otra vez a poseerte;

    tengo que resignarme con la poca

    compensación de verte,

    renunciando a tus brazos y a tu boca,

    sin los cuales mi vida huele a muerte.
  • Mauricio Sbacompartió una citahace 2 años
    ¡Oh, fiel compañero de rutas viajeras

    de todas las horas y todos los días…!

    ¡Lugar geométrico de mil averías!

    ¡Rastrillo de caucho de las carreteras,

    que, si en vez de España eran extranjeras,

    sacabas más fuerzas de las que tenías

    y entonces volabas, mejor que corrías,

    porque, así, humillando en locas carreras

    a todos los coches de allí que veías

    dejabas bien altas nuestras dos banderas!

    (Pero calla, no hables… ¿por qué te sinceras?,

    ya sé que es la mía por la que lo hacías.

    Pero no te asustes, que seré discreto

    y de tal manera guardaré el secreto

    que desde ahora mismo juro por quien soy

    que no han de saberlo jamás en Detroit).

    Te estimé siempre y te honré también.

    Te honré en tus tuercas, te honré hasta en las «juntas»

    y si no, contesta a algunas preguntas.

    ¿Estando tú en forma tomé yo algún tren?

    ¿Y no callé siempre y siempre me callo

    los contados días que tienes un fallo?

    Y aunque ambos sabemos que sí existen varios,

    ¿he dicho yo a alguien, ni una sola vez,

    que ni entre los coches más extraordinarios

    exista uno solo de tu rapidez?

    ¿Ni otro igual de fuerte? ¿Ni igual de bonito

    aunque estás de feo que causas espanto?

    ¡Di! ¿Opiné algo de eso ni hablado ni escrito?

    ¡No! Porque te quiero. Y te quiero tanto

    a pesar del trato que te doy, ¡oh, Ford!

    que ya lo ves: ahora compongo este canto

    en tu solo elogio, en tu único honor…

    ¿Y con quién he obrado como contigo obro?

    ¡Con nadie del mundo! Pues sabes de sobra

    que el arte, aun siendo arte, se vende y se cobra

    y yo, cuanto escribo lo vendo y lo cobro.

    Y si fui contigo un poco locatis

    esto que te escribo te lo escribo gratis.

    ¿Cómo? ¿Te emocionas? ¡Oh, no! No te dejo…

    y menos que llores, pues no eres un viejo

    para que ahora llores a más y mejor.

    ¿Lo niegas? ¿No lloras? ¡Vamos, que estás chocho!

    Si hasta has hecho charco… ¡Ah! ¿Es el radiador?

    Entonces, perdona, y a todo motor

    dame un buen abrazo, ¡oh, Ford V8!

    ¡Y aprieta bien fuerte, oh, V8 Ford!
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