Mi amigo Cristian Alarcón siempre cuenta que en el primer congreso de cronistas, ese en el que me tocó compartir cuarto con Marcela Turati, leí un texto en el que contaba que me masturbaba compulsivamente mientras escribía mis crónicas. Dice que se les desencajó todo a los maestros. Yo ya había publicado un texto en el que sostenía que algunas escribimos con las tetas colgando entre el teclado y una misma. Ni siquiera había leído a Gloria Anzaldúa, sí a Pedro Lemebel y a María Moreno, pero ya intuía que había que escribir crónicas con todo el cuerpo, desde el cruce y la frontera, encueradas, en pelotas, calatas. Escribir sin habitación propia, tironeadas a la vez por el amor, el trabajo y los cuidados, porque para muchas no hay separación entre vida y literatura, como dice Gloria.