Hace poco, sentada a la mesa, me sorprendí repitiendo un gesto de mi madre. Ya no recuerdo si estaba sola en la mesa o acompañada, la sorpresa fue tan fuerte que obliteró lo que me rodeaba, como una foto sobreexpuesta. Era un gesto trivial, anodino: tomar el borde del mantelito que se tiene delante y plegar el borde dos o tres veces sobre sí mismo en dirección del plato, como quien pliega el borde de una hoja de papel. Es un gesto que observé en mi madre durante el mes que pasé con ella después de la muerte de mi padre. Se había quedado sola. No quería comer. Creo que el gesto nació entonces, como distracción o rechazo, aunque quizá lo tuviera de antes. Pero antes yo no me fijaba en mi madre. En cambio, en estas interminables comidas compartidas, vigilaba su más mínimo movimiento, acaso porque me sentía responsable. O