Pero recordemos ahora el mayor de sus excesos: creer que un pibe de Villa Fiorito, un morocho petiso, con la escolaridad indispensable, puede tomar una pelota detrás de su mediocampo, girar, levantar brevemente la vista, mirar los 60 metros que lo separan del arco contrario, y pensar y saber que lo va a lograr, rompiendo todas las reglas del lenguaje futbolístico. Sólo creerlo era un exceso, y él lo creía, y luego lo hacía, porque por eso fue nuestro mayor artista popular.