La autora ejerce página tras página una fricción sobre la palabra, acto que podríamos definir como el mecanismo inevitable para sentar las bases de una retórica plana: nada de adjetivos ni lujos verbales ni vocabulario erudito ni imágenes que deslumbren. Para compensar esas supresiones apela a otros recursos como son la descripción, la reiteración, la síntesis y el silencio.