Ramón López Velarde

Castellana y morisca, rayada de azteca

No cualquiera logra el desenfado desdeñoso de un Montaigne, para decir: “Que la muerte me atrape cultivando las coles de mi jardín imperfecto”. Somos demasiado terrenales, y si aceptamos el agotamiento, no acordamos que se frustre la labor. A la sola enunciación de un prematuro punto final, reitérase el balido de un cordero inmolado en un prólogo sumarísimo.

Que lo que fue mariposa no parodie a los reptiles. Que el poderío de nuestros miembros no se liquide como el de los osos cegatones y reumáticos de los circos.

La caprichosa sensibilidad humana admite como fungible la Hora, mas no el Año.

lo los inmortales no se suicidan. Nosotros, pobres Anquises y míseras Ledas, nos gastamos sin remedio, por más que la divinidad nos penetre. Confundimos el lecho con el sepulcro y sabemos, por una pávida experiencia, que la aceleración de aquél puede llevarnos, del vértigo de la vida, al Orco.

Recelando del microscopio y del trance intuitivo, no atendió a otra voz que a la de la limpia Armonía

Alma sin ira, sólo condenó lo deforme. No disimuló su sonrojo ante la Creación, mas su crianza de nieto de Montaigne lo preservó de la blasfemia.

hasta mi mismo amor es como un tósigo
que en la raíz del corazón prospera.

y el irisado chorro de la fuente.

Fuensanta, es que florece

la eclesiástica unción de la cuaresma.