Nadie me observaba ni me contemplaba a mí, solo yo me observaba y me contemplaba a mí misma; la corriente invisible salía de mí para volver a mí. Acabé amándome a mí misma tercamente, como fruto de la desesperación, porque no había nada más. Un amor así puede servir, pero solo servir, no es precisamente lo ideal; tiene el sabor de algo que se ha dejado en la alacena tanto tiempo que se ha vuelto rancio y al comerlo te revuelve el estómago. Puede servir, puede servir, pero solo porque no hay nada más que ocupe su lugar; no es como para recomendarlo.