Margarita García Robayo

Él me contestó que nunca sería exitosa, que lo había leído en un libro: la gente exitosa no era propensa a la introspección.

Pensaba que era su forma de acompañarlo, de decirle: no estás solo en ese mundo tenebroso que te tocó.

si no te gustan mis recuerdos, empieza a juntar los tuyos; y si tampoco te gustan ésos, cámbialos, y así: es lo que hacemos todos.
Le contesté, todavía llorando: yo no sé hacer eso.
Y ella: entonces aprende.

Una buena madre jamás será vista como una mujer excepcional, será solo una madre

El otro día se me ocurrió que mi debilidad no es ser mujer sino ignorar qué clase de mujer soy. ¿Habrá quien lo sepa? ¿Una se parece más a sus actos o a sus pensamientos? ¿Cuántos pensamientos caben en un acto? ¿Cuántas mujeres caben en un cuerpo? ¿Cuántas en una vida? ¿Estoy dispuesta a abrazarlas a todas?

Para hablarle de mi madre tendría que remontarme al origen de los tiempos: el caos, la oscuridad, la ausencia de lenguaje y de sentido

Yo me veo a mí misma como una actriz secundaria que pasó los treinta años y todavía no tuvo un papel relevante, así que combate su inseguridad anunciando que leyó filósofos.

Me gusta el silencio, pero no tiene mucha gracia si se practica de a uno. Entre dos, en cambio, significa plenitud. También significa ilusión de perdurabilidad. Pero no hay que fiarse, a veces el silencio es una forma de esconder lo frágil: mirarse para comprobar una felicidad manchada por el miedo de que, si alguien llega a mencionarla en voz alta, se rompa.

sea: estrenar un cuerpo o una casa es inaugurar su deterioro.

Odio planear, odio ejecutar, y odio la conciencia de que nunca estaré a la altura de mi propia expectativa