Gatopardo Ediciones

  • Luis Felipecompartió una citael año pasado
    Pero, como he descubierto una y otra vez, lo que uno piensa y lo que uno siente pueden disociarse radicalmente ante el dolor.
  • Luis Felipecompartió una citael año pasado
    sentirse viejo (a diferencia de serlo de verdad, que puede ser un estado completamente sa­tisfactorio) es sentir que tanto tus días como la cantidad de alegría que te queda están menguando.
  • Lucíacompartió una citahace 2 años
    Unas veces pagas con dinero. Otras, con dignidad.
  • Luis Felipecompartió una citael año pasado
    lo que me impactó fue que algo tan triste pudiera ser el curso normal y necesario de los acontecimientos.
  • Majo y Sahiancompartió una citael año pasado
    La miraba y sentía una llamarada salvaje de adoración, gratitud y ternura, e incluso, por improbable e incómodo que fuera dadas las circunstancias, de deseo. En la salud y en la enfermedad, pensé: he aquí finalmente alguien a quien amaría en cualquier circunstancia.
  • Alejandra Lermacompartió una citahace 5 meses
    Debo descartar la idea de que tengo el control. También he de aprender a permitirme sentir dolor.

    El no juicio de la perspectiva budista, invocar al observador

  • Alejandra Lermacompartió una citahace 5 meses
    Shneidman, fundador de la disciplina de la suicidología, escribió: «Una curiosa paradoja del suicidio es que los individuos dejan pistas, quizá como consecuencia de su profunda ambivalencia entre la necesidad de poner fin al dolor y el deseo concomitante de que alguien intervenga y les rescate».
  • Lucas Molina Muneracompartió una citahace 3 meses
    A veces, en la delicada figura pintada en el fondo de la tacita china, los demás advertían una extraña condición animalesca. Alfred Richard Orage —que publicó sus primeros cuentos— la llamaba the marmozet, el tití. Virginia Woolf escribió: «La mujer inescrutable permanece inescrutable. Diría que es una especie de gato, extraño, reservado, siempre solitario, observador». Un mono, un gato. Con siete años de diferencia, Orage y Woolf tuvieron la misma impresión, advirtieron en ella esa imperturbabilidad enigmática, esa hostilidad hacia el hombre, esa extrañeza ante la vida, esa pertenencia a mundos misteriosos y remotos que pueden ser tan propios de un animal como de un escritor. Mientras los demás hablaban, brillaban y se abandonaban a los fuegos artificiales de la fantasía, ella permanecía callada, «silenciosa y esquiva». Se había convertido en una experta en el arte de escuchar como si no escuchase, sentándose un momento en la vida de los demás: mientras posaba su negra mirada de pájaro en todas partes, hacía acopio de todo lo que decían o hacían los demás con el fin de reunir los pequeños «granos» vivientes de la realidad en el molino siempre en movimiento de su memoria, del cual extraería luego la exquisita harina de sus relatos. Como los gatos, era discreta. Consideraba que jamás deberíamos hablar de nosotros con nadie, pues si hablamos, los demás irrumpen enseguida y pisotean como vacas la hierba de nuestro jardín. «¿Por qué insistes en negar tus emociones? ¿Te avergüenzas de ellas?», pregunta alguien a uno de los personajes de sus cuentos. El personaje (es decir, Katherine Mansfield) responde: «No me avergüenzo en absoluto, pero las tengo guardadas en un cajón y las saco sólo de vez en cuando, como los tarros de mermelada muy especiales, cuando la gente que aprecio viene a tomar el té».
  • atlasrx018compartió una citahace 5 meses
    Cómo entramos y cómo salimos, sexo y muerte:
  • Lucas Molina Muneracompartió una citahace 3 meses
    Todo estaba perdido. Fitzgerald era siempre culpable de las cosas que, sin tener él la culpa, se le escapaban, y de las luces que se desplazaban de un lugar a otro del mundo. «No se puede tener nada —decía Anthony Patch en Hermosos y malditos—, nada en absoluto [...]. Es como un rayo de sol que entra en una habitación y se desplaza por ella. De pronto se detiene y baña de oro algún objeto carente de interés, y nosotros, pobres idiotas, tratamos de apresarlo. Sin embargo, cuando lo hemos hecho, el rayo de sol se desplaza hacia otro lado, y tú te has quedado con el objeto insignificante, pero aquel resplandor que te hizo desearlo se ha desvanecido ya...» Nada hay más doloroso que ese rayo que se desplaza y las heridas que nos infligimos persiguiéndolo. Quien escribe poemas y cuentos busca las luces que se desplazan, los destellos, los reflejos, mientras escucha con una atención cada vez mayor algo que suena al fondo, la poderosa o imperceptible música trágica de las cosas perdidas. Si la cultivamos intensamente, la literatura nos otorga ese privilegio: «Las cosas resultan más dulces una vez que las has perdido». A medida que pérdidas, fallos, renuncias y derrotas se suceden, encontramos a nuestro alrededor, como un regalo o un tesoro que sólo a nosotros nos pertenece, una dulzura cada vez más profunda que nos invade el alma.
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