Y lo coronaron, dice mi nana. Y vino el suave rey Nezahualpi-lli de Texcoco a ponerle en la cabeza la corona de preciosas piedras verdes engastadas en oro. Y su nariz fue horadada para ponerle una esmeralda. Y en sus orejas otras dos esmeraldas, en su hombro izquierdo colgaron una banda de piedras preciosas, pulseras para sus muñecas, ajorcas para sus tobillos y en los pies los ricos zapatos de piel de tigre. La manta que lo cubría era de azul henequén con un Sol pintado en el centro y se sentó en su trono de piel de tigre que conservaba disecada la cabeza, con unos ojos ardientes que hipnotizaban al ser mirados.