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Alfredo

Citas

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Los mitos explican la presencia del conejo en la cara de la Luna. En un mito de los mexicas registrado por fray Bernardino de Sahagún en el siglo XVI, se dice que antes de que existiese la luz solar se reunieron los dioses en Teotihuacan y se preguntaron quién se haría cargo de iluminar el mundo.1 Un dios rico, llamado Tecuciztécatl (El Originario del Lugar del Caracol Marino), se ofreció para alumbrar la superficie de la Tierra; pero los dioses deseaban que lo acompañara otro candidato. Nadie manifestó el valor de hacerlo, y cada uno de los que eran propuestos se excusaba. Los dioses hablaron por fin a un dios pobre y enfermo, Nanahuatzin (El Buboso), diciéndole: “Sé tú el que alumbres, bubosito”, y el dios enfermo aceptó el cometido.
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Cuatro días se mantuvieron en penitencia ambos elegidos sobre los dos enormes promontorios de las pirámides del Sol y de la Luna. Tecuciztécatl llevó como ofrendas las plumas preciosas del pájaro quetzal y bolas de filamento de oro para encajar en ellas las espinas de autosacrificio. Las espinas no eran puntas de maguey: unas eran púas de piedras preciosas; las que debían estar cubiertas de sangre eran de coral rojo. La resina aromática que quemaba Tecuciztécatl como ofrenda era la más fina. En cambio Nanahuatzin, el enfermo, llevó al lugar de la ofrenda tres manojos de tres cañas verdes, bolas de heno para encajar las púas, y las puntas de maguey con las que se había punzado el cuerpo, untadas con su propia sangre. En lugar de resina aromática, Nanahuatzin quemó las postillas de sus bubas.
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Acabada su penitencia, los dos dioses fueron preparados para el sacrificio. Tecuciztécatl fue ataviado con un plumaje llamado “olla de plumas blancas” y un chalequillo de lienzo. Los vestidos de Nanahuatzin, en cambio, fueron de papel. Cercano ya el tiempo del sacrificio, se encendió una gran hoguera preparada para la próxima cremación de los dos dioses. Cuatro días se mantuvo el fuego, y en la última noche se ordenaron los dioses en dos filas, mientras que los dos destinados al sacrificio se pusieron frente a la hoguera. Los dioses pidieron a Tecuciztécatl que se arrojara primero. Como dios rico, le correspondía tal honor. Tecuciztécatl trató de lanzarse a la hoguera; pero se arredró al sentir el calor de las llamas. De nuevo lo intentó, fracasó y retrocedió en cuatro ocasiones. Entonces, como no era permitido hacer un quinto intento, los dioses se dirigieron al dios enfermo: “¡Ea pues, Nanahuatzin, prueba tú!” El dios enfermo cerró los ojos y se arrojó al fuego al primer intento, provocando el crepitar de la hoguera. El dios rico, arrepentido de su cobardía, siguió a su compañero. Ambos fueron consumidos por las llamas.
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