Gustavo Andrés Marin

“...para cambiar la mente la persona precisa hacer tres cosas: (a) dejar de mentirse a sí misma (realismo), (b) aprender a perder (humildad) y (c) aprender a discriminar cuándo se justifica actuar y cuando no (sabiduría)”

Quizás nuestro primer auto-engaño es cuando pensamos que nuestra mente es la que nos engaña, ya que le damos vida propia, la ponemos fuera nuestro, la separamos de nuestro ser como si fuera un extranjero que nos impone pensamiento, ideas, mandatos. En este caso hay que decir que “Yo soy mi mente”, la cual me pertenece con todo su contenido de pensamientos e imágenes, sean geniales o perturbadores, sublimes u horrendos. Al hacernos cargo de nuestra mente, podremos conocerla, aceptarla y luego ver qué es necesario cambiar.

Una de las formas más convincentes que tenemos de engañarnos a nosotros mismos es creer que estamos atados a nuestra vida actual insatisfecha, por lo que nos pasó en el pasado, principalmente en nuestra infancia y adolescencia.

Nuestra mente siempre nos dice que nos va a pasar lo peor y nos protegemos de pasar por un dolor o una frustración. Pero no nos damos cuenta que nuestra mente tiende a pensar en una sola dirección (por nuestros esquemas previos) y que no siempre es la correcta. Y así, por evitar un dolor, terminamos sufriendo aún más.

Perder significa soltar, dejar de oponer resistencia cuando todo nos indica que nos estamos agotando, que es en vano seguir luchando contra algo que nos insume gran cantidad de energía, nos frustra de continuo, nos desgasta, nos deja impotentes o intuimos que lo que queremos lograr es más una cuestión de “orgullo-ego” (o quizás capricho) que algo posible, racional y realmente bueno para nosotros.

cuando decidimos, en el momento oportuno, optar y “perder” algo, cuando soltamos, nos damos la posibilidad de cambiar control por libertad. Al aflojar el control, nos aflojamos nosotros, se afloja nuestro cuerpo, dejamos de estar tensos, podemos fluir con la situación y aceptar las cosas tal como se dan

“Nos aferramos y no soltamos, porque eso nos da la sensación de dominio y poder”: en un punto la persona se siente con poder, energía, autoridad, orgullo, control del mundo externo. Pero, en realidad, esta actitud encubre sentimientos de inferioridad, impotencia, inseguridad, rencor, rabia o tristeza contenida y miedo, muchos miedos. Y el control termina por agotarnos y agotar al resto.

b) “Nos aferramos para sentirnos a salvo”: al aferrarnos, nos sentimos seguros, evitamos la incertidumbre, evitamos tener que exponernos a los riesgos y desafíos a los que nos enfrenta la vida diariamente. Impedimos que otros traten de dominarnos y sentirnos vulnerables, sin darnos cuenta de que la vulnerabilidad bien entendida es lo que nos hace reconocer que no somos omnipotentes. Es, la vulnerabilidad, la que nos devuelve nuestra humanidad, nuestra sensibilidad y permite abrir nuestros corazones, aceptar nuestras emociones auténticas y vivir en plenitud

c) “Nos aferramos para no sentirnos solos, y no responsabilizarnos de nuestra vida”: una relación de pareja se termina, ya sea porque alguno dejó de amar, o porque el objetivo de alguno de ellos cambió, o porque la convivencia no funciona, o por lo que sea. La cuestión es que alguno de los dos no acepta esta situación y no plantea el tema o simplemente se niega a la ruptura de manera explícita o mediante un sinfín de manipulaciones o excusas. Es claro que no es el amor lo que lleva a esta conducta, sino temores profundos como el temor a la soledad (con más razón si les fue inculcado que la familia no debe disolverse bajo ninguna circunstancia) o a no encontrar a nadie más a quien querer o quien a uno lo quiera. A veces la separación se produce; sin embargo, mantener el rencor y el enojo hacia la ex–pareja es otra manera de aferrarse y no soltar al otro y no responsabilizarse por la propia vida, ya que podemos seguir culpando a otro (o al destino) de nuestra infelicidad. Como decíamos: “más vale malo conocido que bueno por conocer” es un dicho que se condice con el aferrarse a una relación que ya no funciona, sin poder ver que vivimos insatisfechos y que perder esa relación, en vez de ser un desastre es un nuevo desafío y una “oportunidad” de una vida con sentido.

Marisa Lemos, amiga, poeta y colega platense que transitó grandes transformaciones en su vida personal y profesional, me dijo una vez: “El gran poder es poder perder... Y es un proceso doloroso y luminoso a la vez.”

Además, aunque sufra (y eso no pueda cambiarlo), no implica que algo pueda hacer para paliar algo de ese dolor como aprender a tolerarlo, compartirlo, expresarlo (por ejemplo, artísticamente), pedir ayuda a profesionales o a alguien que ya haya pasado por lo mismo o algo similar. En definitiva, entender al dolor como parte de la vida, imposible de evitar pero, marcar la diferencia con nuestra actitud