Antes teníamos clubes de lectura, charlas de café, debatíamos de política en los bares tomando unos vinos; luego, más tarde, en los sótanos, en lo que era nuestra versión de Leer «Lolita» en Teherán. A Patrick no parecían importarle mis escapadas semanales, aunque a veces nos hacía bromas, antes de que no quedara nada con lo que hacer bromas. Según él, éramos las voces que no se podían acallar nunca.
Caramba con la clarividencia de Patrick.