Rainbow Rowell

Quería abrazarlo hasta que él la levantara en volandas.

Quería hundirle la cabeza en el cuello y notar cómo los brazos de Neal le arrebataban el aliento.

A Neal no le gustaba que le hicieran preguntas. Le palpitaba la mandíbula. Contestaba de malos modos. Como dando a entender que no era tu incumbencia, fuera cual fuese la pregunta.

A Neal no le gustaba que le hicieran preguntas. Le palpitaba la mandíbula. Contestaba de malos modos. Como dando a entender que no era tu incumbencia, fuera cual fuese la pregunta.

—Basta. Me vas a volver loca.

—Así que te vuelvo loca, ¿eh, nena?

—¿Estás ligando conmigo?

Él se volvió a mirarla, con el capuchón del boli entre los dientes, y ladeó la cabeza.

—Sí. Me parece que sí.

No —dijo ella—. Solo… me gusta. Quería decirte cuánto me gusta.

—¿Y lo vas a hacer?

No —dijo ella—. Solo… me gusta. Quería decirte cuánto me gusta.

—¿Y lo vas a hacer?

Al cabo de un instante la miró a los ojos y ella creyó ver una sonrisa bailando en ellos.

Le pidió a Georgie que se casara con él.

Te quiero, declaró. Te quiero más de lo que detesto cualquier otra cosa.

Y Georgie se rio, porque solo Neal podía considerar románticas aquellas palabras.

Y dijo que sí.

Georgie pensaba que nunca llegaría a ser tan mayor como para contar su vida así, en largas décadas.

No porque pensara que moriría joven; sencillamente, jamás imaginó que se sentiría así. Abrumada por el recuento.

—Tu presencia es muy evidente.

—¿Evidente?

—Palpable.