Ingrid V. Herrera

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    La persona que corría por su
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    Porque él la afectaba.

    Su mirada profunda la afectaba como no tenía idea.
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    Él se adelantó a patear una piedra que sabía que Ginger no vería y que podría lastimarla, aunque, de todas formas, ella se golpeó el dedo con otra. ¡Sebastian no podía contra las fuerzas oscuras de las piedras del mundo!
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    En ese momento deseaba tanto que fuera un gato para poder meterlo en un cajón o para arrojarlo por la ventana, así sin más.
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    —La habitación de arriba es mejor, así que fue trasladada a…

    Dejó que la frase flotara en el aire cuando Sebastian salió corriendo en busca de Ginger. Derek sonrió, negó con la cabeza y esperó.

    Tres.

    Dos.

    Uno.

    Sebastian asomó la cabeza por la puerta y, avergonzado, preguntó:

    —Amm… ¿Dónde queda exactamente esa habitación?
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    Sebastian rodeó la camilla hasta estar al lado de ella, luego se inclinó para depositar un beso en la frente de Ginger. Ella cerró los ojos y él le tomó la mano.
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    —¡Ja! Sí, cómo no… —burló ella—. ¿A quién?

    Sebastian enderezó la espalda en su silla y miró el perfil de Ginger con seriedad:

    —A mí.
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    sin embargo, cuando volvió a sentir la húmeda calidez de los labios de Sebastian, fue en la punta de la nariz, luego en la mejilla derecha, en la izquierda, en los párpados, en la frente, en el mentón… Él estaba dejando un reguero de besos por todo su rostro y, aunque no podía verlo, sentía sus labios curvados con una sonrisa. Recibió un último beso en los labios y ella también sonrió. Abrió los ojos con lentitud y se encontró que su cara estaba entre las manos de Sebastian, descubrió que él la miraba con fijeza, de la forma más posesiva y dulce posible.
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    —¿Quieres callarte de una maldita vez, perra?
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    —Hola, Gin.

    Ginger volteó y se sorprendió al ver a Sebastian inclinarse hacia ella y plantarle un sonoro beso en la mejilla. Ella se puso roja, a Magda se le descolgó la mandíbula y Sebastian, ajeno al drama, sonrió,
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