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Josep Maria Montaner

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    En Brasil se optó por construir la identidad nacional con la arquitectura, las formas, las infraestructuras y los materiales del movimiento moderno.
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    Existen varias generaciones de arquitectos —como Miloon Kothari, Enrique Ortiz, Raquel Rolnik, Anna Sugranyes, Victor Pelli, Graciela Dede o Ana Falú— que se dedican a la política social y de vivienda y participan como expertos en organismos internacionales, como la ONU, para fortalecer el cumplimiento de los derechos humanos, especialmente en materia de vivienda, con lo que han conseguido nuevas legislaciones internacionales y nacionales.
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    En resumen, la acción política desde la arquitectura siempre ha existido, a pesar de que hay profesionales que niegan tal relación y que hacen política por omisión.
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    Si la política es la organización social de un grupo que se desarrolla en un espacio, según desde donde se actúe en la creación de este espacio, este será integrador o segregador, inclusivo o exclusivo, se regirá según la aspiración a la redistribución de la calidad de vida o según la perpetuación de la exclusión y del dominio de los poderes.
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    Esta necesidad se vio reflejada en diversos ámbitos, tanto desde el pensamiento progresista1 —que más tarde conduciría a revoluciones y cambios sociales y que se vio reflejado en la misma creación de vivienda obrera— como desde los sectores más conservadores, religiosos y moralistas que, bajo la justificación higienista, intentaron controlar a los nuevos habitantes urbanos, imponiendo costumbres éticas y morales de vida individual y familiar según modelos aristocráticos y burgueses.
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    La solución a la vivienda obrera mayoritaria y estudiada por la historiografía consistió en una reducción a mínimos de la vivienda burguesa, con sus jerarquías y sus divisiones espaciales, que obedecían y reforzaban los tradicionales roles de los géneros.
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    la educación y el trabajo se convirtieron en experiencias plausibles de control público. Sin embargo, otras actividades domésticas, como la preparación de alimentos y el cuidado de la ropa, se mantuvieron férreamente dentro del ámbito privado, aunque podían realizarse de una manera industrial, como negocio, tal como sucede con las lavanderías industrializadas para hoteles u hospitales, o con las panificadoras y conserveras.
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    Pero al igual que la Revolución industrial se demoró en entrar en la vivienda (y, de hecho, aún no ha entrado en muchas de ellas), la revolución de las nuevas tecnologías tampoco ha dado lugar a una reflexión profunda ni ha modificado sustancialmente la vivienda, y siguen existiendo tareas y obligaciones a las que continúa respondiéndose de una manera individual.59 La industrialización de las tareas del hogar ha progresado lentamente en comparación con los procesos manufacturados en general.
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    “Esta lentitud en el proceso no fue el resultado de una falta de inventiva […]. Impidió la introducción de nuevos electrodomésticos y enfatizó el papel de la esposa como guardiana de los valores de la pureza y del hogar. La invariable rutina del hogar formó parte de la imagen de Inglaterra, la vieja Inglaterra, verde y placentera, confortable y civilizada”.61
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    Sin embargo, la industrialización abría las puertas a una revolución que implicaba nuevas organizaciones de las tareas domésticas y, por tanto, del papel de la mujer, que implicó dos maneras de revisar y reinterpretar las tareas asignadas a esta.
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