camiseta gris oscura cubría holgadamente su cintura, pero era más ajustado en el pecho y los brazos y mis ojos ardían cuando me di cuenta que no parpadeaba. ¿Y cuando él me guiñó un ojo? Mierda. Mantuve la boca cerrada antes de empezar a babear. ¿Quién es esta chica? ¡Cada maldito día lo quiero más! Se supone que debería estar cansada de él. Aburrida. ¿No es así como funcionan las relaciones? ¿Empezamos a discutir sobre nuestros caprichos? Pero no. Era como un pequeño cachorro estúpido todavía jadeando sobre mi novio después de cinco meses. Me lo comía con los ojos. Fantaseaba con él. Y el pequeño bastardo lo sabía también.
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—Soy Tatum, pero todos me llaman Tate. No me gusta Tatum. ¿Entiendes?
Asentí, tomando su mano en la mía y sintiendo una avalancha de calor se extendió en mi brazo otra vez.
—Soy Jared
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Santa mierda.
Observé, sin respirar, mientras sostenía la camiseta, encendía el mechero, y acercaba el dobladillo en la llama, llevando la pieza a cenizas.
¡Hija de puta! ¿Qué demonios estaba pasando con ella de repente?
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—Tienes razón. —Tosió, con los ojos llorosos—. Cualquier persona que viera la manera en que la miras diría que no quieres conectar con ella. —Él asintió—. No, en este momento la estas mirando como si quisieras atarla y darle unas fuertes nalgadas
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—No, que saliera herida —replicó y me callé.
Maldita sea.
Cada puto músculo de mi cuerpo se tensó, y quería sacudirla y gritarle:
“¡Sí, me importa un carajo si algo malo te sucede!”
Pero no pude
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¿Ella está aquí?
—¿Quién?
—La mariposa que te gusta atormentar —bromeó.
—Vete a la mierda —murmuré y regresé a mi carro
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—¿Tate? —la llamé incluso antes de subir al coche.
Se dio la vuelta, alzando las cejas mientras metió las manos en el bolsillo de la sudadera.
—Estás conmigo, nena —le dije—. Entra.
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Bajo la lluvia, en la amada tormenta de Tate, es donde íbamos a hacer el amor por primera vez
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—Gracias por lo que me diste esta noche —gemí por lo mojada que estaba, y me puse duro.
—Desearía haber sido tu primera. Has estado con muchas chicas, ¿cierto? —Su voz tenía un deje de tristeza, y evité sus ojos
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—Novia no es suficiente para describirte, Tate. Ese término no es suficiente. Tú no eres mi novia, mi chica o mi mujer. Tú eres. Solo. Mía. —Enfaticé cada sílaba, así malditamente me entendería—. Y yo soy tuyo —añadí, un poco más calmado
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