Siempre he pensado que no le tememos tanto al mar sino al cielo; a tener el peso del espacio infinito con todos sus astros y galaxias sobre nosotros. No le tememos a lo profundo pues estamos obligados y condenados a descender, no conocemos otro curso. La fuerza de gravedad nos familiariza con la oquedad y con lo subterráneo. En las enciclopedias ya está ilustrado el núcleo de la Tierra, definido en dimensiones y capas. Sabemos que el corazón de todas las cosas es una masa de hierro ardiente. En cambio, el cielo es un misterio. Lo alto de lo alto no lo conoce nadie. Sabemos sin saber que el centro de nuestra galaxia es un agujero negro. El corazón del universo no existe.