Giancarlo Montemayor

El taller de la crianza, en donde se moldea el alma, se encuentra en el ciclo repetitivo de pequeños momentos no planeados.

La buena crianza de los hijos, que hace lo que Dios quiere, comienza con el reconocimiento radical y humilde de que nuestros hijos realmente no nos pertenecen.

La crianza de los hijos es un trabajo de embajador de principio a fin. No debe ser moldeada o dirigida por un interés personal, una necesidad personal o las perspectivas culturales. Cada padre, en todo lugar, es llamado a reconocer que han sido puestos en la tierra, en un momento en particular y en un lugar en particular, para hacer una cosa en la vida de sus hijos. ¿Cuál es esa cosa? La voluntad de Dios.

Esto es lo que significa: la crianza no se trata de lo que queremos para nuestros hijos o de nuestros hijos, sino de lo que Dios, en su gracia, ha planeado hacer a través de nosotros en nuestros hijos.

Tristemente, muchos padres solo pueden decir, “Hazlo porque yo lo he ordenado”, o “Hazlo o serás castigado”. Esas explicaciones provocan una respuesta de tus hijos solo mientras ellos te teman, pero vendrá un tiempo cuando ya no te tendrán miedo.

Si todo lo que le has dado a tus hijos es miedo, entonces cuando dejen tu casa no tendrán ninguna motivación para hacer lo correcto.

No hay nada más importante para una paternidad consistente, fiel, paciente, amorosa y efectiva que el entendimiento de lo que Dios te ha dado en la gracia de su hijo, el Señor Jesucristo.

Como a todas las cosas a las que Dios nos llama, él no llama a personas a ser padres por su capacidad.

realidad es que tus hijos llegarán a conocer quién eres realmente. Verán tus debilidades espirituales y de carácter, y si los niegas, amargarás a tus hijos. Pero si eres un padre que rápidamente confiesa sus errores a sus hijos, te apreciarán más y te presentarás a ti mismo como alguien a quien pueden acudir cuando ellos fallen.

Nunca funciona, como padre o como madre, actuar como si fueras más justo de lo que realmente eres.