Todos y cada uno de ellos se movieron alrededor de él, ahora me doy cuenta. Y estoy segura de que si mis fuerzas no me abandonaran en este instante, podría correr hasta su puerta para decirle que se equivocó, que en realidad pasamos toda nuestra vida juntos, aunque jamás estuvimos al tanto. Cierro los ojos y le dedico mi último pensamiento, porque el rastro de sus labios me sigue dando los mismos escalofríos de cuando tenía 29 años, aquel último domingo, en una ciudad extraña.