Según estos testigos, dignos del mayor respeto y consideración, el ministro, que tenía conciencia de que estaba moribundo y también de que la reverencia de la multitud le colocaba ya entre el número de los santos y de los ángeles, había deseado, exhalando el último aliento en los brazos de la mujer caída, expresar ante la faz del mundo cuán completamente vano era lo que se llama virtud y perfección del hombre.