María Fernanda, por su parte, miró de Blake a Leonard y frunció el ceño.
—Vais vestidos iguales.
Sorprendida por su tono de acusación los estudié. Tenía razón. Ambos llevaban unos vaqueros
y unas camisas a cuadros casi idénticas. Era curioso que con su edad coincidieran. Nunca me había dado cuenta de que tuvieran la misma ropa. El estilo de Blake solía ser más cosmopolita y sofisticado, donde Leonard era la viva imagen de un vaquero.
—Qué casualidad, ¿no? —Sonrió Leonard con inocencia.
—Ah, no. Estoy convencida de que no es ninguna casualidad, pero ten por seguro que prefiero no averiguar la razón que hay detrás —espetó el ama de llaves agitando exageradamente las manos.
—¿Os habéis vestido así a propósito? —indagué después de que María Fernanda saliera de la cocina.
Leonard y Blake intercambiaron una mirada y encogieron los hombros con indiferencia.
—¿Tú qué crees? —No se me escapó el tic en los labios de Blake.
—¿Y qué era lo que no quería saber María Fernanda? —insistí. Podía ser tonta, aunque no tanto como para pasar por alto que algo pasaba.
Blake se acercó a mí y me dio un beso en la frente.
—Es hora de irnos.
—¡Blake! ¿A qué se refería María Fernanda?
—Créeme, es mejor que no lo averigües —murmuró Ethan sacudiendo la cabeza.
Cuando los miré boquiabierta, Leonard me guiñó un ojo.
—Vamos, es hora de divertirnos.
—¿Y tú no vienes? —Me giré hacia Ethan cuando no hizo ademán de levantarse.
—No, gracias. —Ethan se echó atrás en la silla y alzó ambas manos—. Los adultos nos quedamos en casa y trabajamos.
Me quedé mirándolo. Sus ojos verdes brillaron divertidos al llevarse la taza de café a los labios. ¿Qué demonios estaba pasando?