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Editorial Alrevés

  • Irma Selemecompartió una citahace 8 meses
    poder no ejercido no existe
  • Irma Selemecompartió una citahace 8 meses
    e las personas menos pensadas se obtienen, de vez en cuando, las revelaciones más sorprendentes,
  • Irma Selemecompartió una citahace 8 meses
    verdad: a quién podría interesarle si es que acaso existiese una forma de conocerla con certeza; lo único que importan son (como bien lo saben los dueños de Tribuna) los escándalos, es decir las verdades a medias, las alteraciones, las medias mentiras que no dejan de ser mentiras pero que se convierten en verdad («¿cómo no va a ser cierto, si lo decía el periódico?») al menos por unos segundos. Nadie busca verdades, sino entretenimientos: máscaras para divertirnos unos instantes, para hacer como que comprendemos lo que sucede a nuestro alrededor, lo que le pasa a las demás personas, lo que nos aflige o nos tortura: no más
  • Samara Mendozacompartió una citael año pasado
    se había olvidado de sí mismo. No sabía si existía o no existía; no recordaba su propio nombre; desconocía si iba armado o no; no sabía de dónde venía ni adónde se dirigía. No reconocía nada ni a nadie, excepto la razón que provocaba sus olvidos.
  • Roberto G. Garzacompartió una citael año pasado
    ... De verdad, tío, me caes bien. Tienes los huevos peludos y eres el puto MacGyver de los volcados. Pero hasta aquí hemos llegado. Eso sí: te prometo que no os voy a hacer nada, ni a ti ni a tu chica,
  • Zhenya Chaikacompartió una citael año pasado
    A principios del siglo XX, tres de cada diez habitantes habían nacido en el extranjero.
  • Zhenya Chaikacompartió una citael año pasado
    objetos que no sirven para nada pero que se quedan ahí metidos en cajones»,
  • Zhenya Chaikacompartió una citael año pasado
    Supieron lo que era sentirse relegados. Traicionados. La vida también podía ser desprotección.
  • Zhenya Chaikacompartió una citahace 9 meses
    : la soledad inenarrable de toda muerte
  • Zhenya Chaikacompartió una citahace 9 meses
    En el cuento, Cortázar reproduce además uno de sus apetitos que le acompañaría toda su vida: su cariño por las casas. No por las casas en su sentido arquitectónico de diseño sino (o también) como reductos vitales, experienciales. En cierta ocasión les comentó a Marcelle y Lucienne Duprat cómo le había dolido no poder visitar por última vez la casa de un amigo en Bolívar (una casa de la calle Rivadavia) de la que este se había mudado. Y es que el escritor, que había pasado buenos momentos en dicha casa, se sentía inclinado por conservar en el recuerdo la fisonomía de aquellas casas y habitaciones en las que había sido feliz y había vivido intensamente. Unas casas en las que en la evocación volvía a subir escaleras, tocar puertas y paredes, observar cuadros y muebles, respirar sus olores, redescubrir su luz. Eso es perceptible en el cuento. Hay un placer, una fruición lenta en la plasmación de esa casa que da a Rodríguez Peña en la que hay un comedor, una sala con gobelinos, una biblioteca, cinco dormitorios, un living, un baño y una cocina en la que el hermano prepara ritualmente los almuerzos mientras Irene se encarga de los platos fríos para la noche.
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