se sustenta en la formación del deseo de leer —edificar el amor y la voluntad de ese precioso acto humano—, mucho más que la práctica de la lectura o la enseñanza de la literatura. Y aunque quisiera estar lejos de cualquier actitud doctrinal, me siento seguro del valor formativo de los buenos libros: modela al ser humano, amplifica su espíritu, mejora su convivencia con el mundo. C