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Jeff Foster

Citas

Mily Sietecompartió una citahace 2 años
Ahora bien, el saber convencional nos dice que el sol es una bola gigante de gas ardiente situada a millones de kilómetros de nuestros cuerpos físicos. Y es verdad, relativamente hablando; no podemos negarlo. Pero lo que también es verdad –y este es el auténtico milagro– es que el sol está siempre justo aquí, en la intimidad de la experiencia presente. Aparece en la intimidad que soy. Es el calor que baña mi cara. Es el calor sobre la piel. Es el fulgor que me relumbra en los ojos. Es el querido, viejo e íntimo amigo que ha estado conmigo desde que tengo memoria. No está lejos, muy lejos de quien realmente soy. Está aquí.

Aunque desde cierta perspectiva pueda parecer que una ola está muy alejada de otra ola del océano, desde la perspectiva del océano, dado que cada ola es el propio océano, el concepto de distancia o de ausencia de distancia no significa nada. El océano no tiene una localización específica, lo cual equivale a decir que está en todos los lugares a la vez. En otras palabras, está siempre aquí.

Todas las olas del océano que soy son esencialmente yo, incluso aunque parezcan estar a millones de kilómetros de mí.

El Relato del Mundo
Puedes tener una experiencia diferenciada y concreta de cualquier cosa que haya en tu mundo –un coche, un árbol, el dolor, la frustración, un bocadillo de queso, el sol, una cuchara– solo si en cierto nivel te cuentas a ti mismo lo qu
Mily Sietecompartió una citahace 2 años
El pensamiento etiqueta todo lo que aparece. ¿Cómo sabes que estás mirando el sol si el pensamiento no te dice que es el sol? ¿Cómo sabes que te estás comiendo un bocadillo de queso si no tienes el relato titulado «Este es un bocadillo de queso»? ¿Cómo sabes que un ave es un ave sin todas esas ideas, conceptos, creencias y recuerdos que te dicen que es un ave? ¿Cómo puedes saber los nombres de todos los platos que tienes a tu disposición en el restaurante de la vida sin haber consultado primero el menú del pensamiento?

Es cierto que algunas personas han llevado este mensaje demasiado lejos, hasta el punto de decir que, sin pensamiento, no hay nada. Es un error de concepción, porque «nada» no es más que otro pensamiento..., el opuesto de «algo». La realidad está más allá incluso de esto. Sin el relato mental que te dice lo que estás experimentando, no es que haya algo llamado «nada», sino que no tienes manera de saber lo que estás experimentando. Hay un puro no saber. Te encuentras con el mundo por primera vez. Estás en el Jardín del Edén, y nada tiene nombre todavía. Esto trasciende todas las ideas que puedas tener sobre algo y nada.

Para experimentar cualquier cosa –o mejor dicho, para saber lo que estás experimentando–, debes contarte a cierto nivel lo que estás experimentando. Para percibir una silla, por ejemplo, debes contarte en cierto nivel que eso es un silla; el relato de la silla tiene que haber empezado a hablarte; si no, no tienes forma de saber lo que es. El pensamiento «silla» aparece, y de repente sé que estoy percibiendo una silla. He aprendido sobre sillas. Me he sentado en muchas sillas en el pasado. Quizá haya leído la historia de la silla. Sé lo que son las sillas, por lo tanto sé que estoy percibiendo una silla. Sin ese pensamiento, ¿puedo saber lo que estoy experimentando? Sin pensamiento, ¿puede haber un mundo cognoscible?

Fíjate en cómo exploran su entorno los bebés. Todavía no han aprendido los nombres de las cosas. Todavía no han aprendido el valor de las cosas. Caro y barato, útil e inútil, sagrado y profano no significan nada para ellos. Les das un trozo de plástico que no vale nada, y se quedan fascinados. Les das un anillo de diamantes de valor incalculable, y se quedan fascinados. Y cuando eso deja de fascinarles, pasan al siguiente objeto. No tienen todavía un relato establecido del mundo. Se encuentran con todo por primera vez y lo exploran. Huelen, palpan y degustan todo, se
Mily Sietecompartió una citahace 2 años
Para experimentar lo que son tu madre, tu padre, tu hermana o tu hermano, en cierto nivel debes contarte (o recordarte) quiénes son. Sin tu relato sobre quiénes son, no tienes forma de saber quiénes son, ¿verdad? Sin tu relato, te encuentras con ellos, literalmente, por primera vez. Sin el relato, lo único que hay es intimidad total. Más allá del relato, hay amor. Y amor significa «no dos».

Sin embargo, nos olvidamos de que estamos experimentando nuestro propio relato del mundo..., nuestros propios pensamientos y rótulos, nuestras propias interpretaciones y recuerdos, nuestros propios prejuicios y miedos, nuestro propio condicionamiento y nuestros propios sueños. Y todos caemos en la creencia de que hay realmente un mundo separado ahí fuera, con objetos y personas segregados unos de otros, y de que experimentamos este mundo objetivamente y hacemos luego un informe sobre él. Olvidamos que lo que experimentamos es una proyección de nuestro propio sueño, y vivimos como si estuviéramos separados –y fuéramos esclavos y víctimas– de un mundo que está «ahí fuera». Olvidamos la total intimidad que hay en lo más hondo y esencial de la vida, y caemos en un mundo de separación y fragmentación, un mundo donde yo estoy aquí y todo lo demás está allí, y siempre nos encontramos a mayor o menor distancia de ello. Este olvido es el origen de que nos sintamos solos, del aislamiento y de la depresión.

Después empezamos a hablar de cosas como «mi mente», como si fuera algo real, una sustancia, una entidad, en nuestro mundo. Olvidamos quiénes somos realmente –el espacio abierto que contiene toda forma– y nos identificamos con la idea de que somos mentes y cuerpos separados, personas separadas confinadas en nuestros mundos separados. La consecuencia son la fragmentación y el aislamiento. Y luego, en nuestro estado fragmentado, nos volvemos hacia la religión y la espiritualidad para liberarnos
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