Aprieto los dientes y, poco a poco, todas las veces funciona, esos nudos que me amarran, al leer en voz alta, se desatan. Página a página, todas las humillaciones de ese tirano se esfuman una tras otra. Al final de la sesión estoy tranquilo, sereno, sin rastro de cabreo, a mil leguas de Les Bleuets y de mis broncas con Dany. Por inmersión, me olvido de todo. Con un olvido que, acabada la lectura, me devuelve a la realidad, lavado y aclarado, pero feliz. Al Viejo Librero le daría un abrazo. Por ahora nos estrechamos la mano. Somos colegas. Cómplices.