Aun así, el factor que quizá ofrecía la mayor ventaja a los capitalistas, dice Malm, fue el control que se podía ejercer no sólo sobre la máquina —apagarla, encenderla, acelerarla, trabajarla incesantemente por horas— sino sobre los trabajadores mismos: reemplazarlos, despedirlos, alienarlos de su labor, asegurarles que no eran necesarios —contrario con los molinos manuales— para el proceso de reproducción.