Pero su rasgo más llamativo era su costumbre de acercarse a atenienses de cualquier condición, edad y ocupación, y, sin preocuparse de si le tomarían por un exasperante excéntrico, pedirles sin rodeos que le explicasen con precisión por qué mantenían determinadas creencias de sentido común y cuál era, a su juicio, el sentido de la vida, tal como relata un desconcertado general: