El mar, bastante tranquilo, nos fatigaba poco. A veces, trataba yo de atravesar con la mirada aquellas espesas tinieblas que rompía solamente la fosforescencia provocada por nuestros movimientos. Yo miraba las ondas luminosas que mi mano quebraba y cuya capa reverberante manchaban unas placas lívidas. Hubiérase dicho que estábamos sumergidos en un baño, de mercurio.