De pie entre el trajín de la hora del almuerzo de un día laborable de Viena, una punzada me dice que algo está mal; esa punzada que uno siente cuando, al volver una página, descubre que ha leído sin entender. Hay que retroceder y empezar de nuevo, y entonces las palabras parecen aún menos familiares y a la mente le suenan más raras.