Adriana Cavarero

  • Daniela Valadezcompartió una citael mes pasado
    Mary Wollstonecraft, a finales del siglo XVIII
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    dijo entonces, a modo de chanza, que yo actuaba como Robin Hood: que robaba figuras a los hombres para dárselas a las mujeres. Ciertamente, nunca he negado que en mi estrategia de bandidaje había un trasfondo ético y político tangible. Y, sobre todo, cierta alegría.»

    ADRIANA CAVARERO
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    Penélope, Deméter, Diotima y una sirvienta tracia son las protagonistas de mi infame fechoría. Se dijo entonces, a modo de chanza, que yo actuaba como Robin Hood: que robaba figuras a los hombres para dárselas a las mujeres. Ciertamente, nunca he negado que en mi estrategia de bandidaje había un trasfondo ético y político tangible. Y, sobre todo, cierta alegría.
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    Pero también conoce súbitas aperturas hacia un horizonte de sentido en el que, para las mujeres, el papel tradicional de víctima queda desplazado por el deseo positivo de afirmarse
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    la palabra y, desmarcándose del orden simbólico del lenguaje patriarcal, decide hablar «desde sí misma» y construir «un orden simbólico propio». Dicho de forma más sencilla, se refiere a la posibilidad de que sean las propias mujeres quienes digan qué y quiénes son, en lugar de ajustarse a las características de la supuesta «naturaleza» femenina definida por la tradición.
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    El gran narrador puede estar tranquilo y seguir encantándonos con su arte: mi enemigo es Platón.
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    Como toda buena feminista sabe, el concepto de ajenidad se hizo famoso con Virginia Woolf, que en Tres guineas lo utiliza en referencia al pensamiento de los «hombres cultos», es decir, esa prestigiosa tradición inglesa que, como cualquier otra, ha sido pensada por hombres y para hombres. Posteriormente, estudiosas de distinto tipo lo han utilizado para recalcar la ajenidad de su sexo en relación con las lógicas neutromasculinas de sus respectivas disciplinas.
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    La exclusión de lo femenino (o sea, del cuerpo, de la contingencia y, en nombre de la diferencia sexual, de la concebibilidad misma de la diferencia) es parte constitutiva del sistema.
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    a felicidad –y esto es lo importante– rara vez hace acto de presencia. Dado que la denuncia de la injusticia patriarcal está representada por quienes son sus víctimas, una infelicidad generalizada impregna en general el tono, ora colérico, ora sarcástico, del discurso. No hay deleite ni alegría, sino más bien una ironía triste o un justo lamento que reclama atención. Inscrito en la lucha de las mujeres contra la sociedad dominada por los hombres, el fenómeno, con sus altos y sus bajos, llega hasta el presente; es más: por lo menos en Italia, adquiere tintes particularmente sombríos en nuestra época, una época en la que se habla de las mujeres sobre todo en relación con la violencia y la violación. El tono infeliz del discurso de la liberación se halla ligado inevitablemente al grado de infelicidad del entorno
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    Junto al esfuerzo de la liberación, prevalece entonces la experiencia de la libertad.
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