Mamá no quería escucharlo. Deseaba que su primogénito Harry, de diecisiete años, se convirtiera en un caballero. Tenía pensado enviarlo a la Universidad de Austin, a ochenta kilómetros de distancia, cuando cumpliera los dieciocho. Según el periódico, había quinientos alumnos en la universidad, diecisiete de los cuales eran chicas que estudiaban humanidades (como música, inglés o latín). Los planes de papá eran distintos: él quería que Harry fuese un hombre de negocios, algún día se encargase de la limpiadora de algodón y las plantaciones de pacana, y se uniera a los masones, como él. Sin embargo, por lo visto, las clases de piano no le parecían tan mala idea para mí, si es que alguna vez se paró a pensar en ello