—El pueblo ha hablado —dice mi Padre—. Debes cantar, Muirgen.
—Estoy cansada, Padre —contesto. Mi voz es una de las pocas cosas que considero mía, y solo mía. No quiero compartirla con esta ruidosa multitud—. Esperaba poder descansar esta noche.
—He dicho que cantes, Muirgen —repite él con tono de amenaza—. Yo también quiero escuchar tu voz. No le negarás esta petición a tu Padre, ¿verdad?
No se le puede negar nada al Rey del Mar. Aprendí esa lección hace mucho tiempo.
—Por supuesto que no, Padre. Como quieras.