Se burlaban de las palabras y expresiones que yo usaba, y empezaron a usarlas tanto como yo. «La Piña», me llamaban, mofándose de mi pelo, y pronto las chicas se hicieron el mismo corte. «La muy idiota no sabe escribir», murmuraron al ver que escribía en la pizarra con letra de imprenta, pero empezaron a utilizar la misma letra en sus trabajos