El budismo es una práctica, no un credo. Es algo que se hace, no algo en lo que se cree. La clave de su efectividad es controlar la inquieta mente llena de anhelos a través de la meditación. Al sentarse y controlar la respiración, mientras se centran en una palabra o una flor, los practicantes se mueven entre diferentes niveles de conciencia para alcanzar la calma que disminuye el deseo. Buda habría estado de acuerdo con una visión del contemplativo francés del siglo XVII, Blaise Pascal: «Todos los problemas de la humanidad provienen de una sola causa, la incapacidad del hombre para permanecer sentado y en silencio, en una habitación».